2009/03/09

Grandes riesgos para los aseguradores de última instancia

por Martin Wolf

El gobierno británico se asemeja cada vez más a una pitón que se ha tragado hipopótamo. Al actuar como asegurador de última instancia para el sistema bancario británico, está asumiendo enormes riesgos a costa de los contribuyentes.

Si esto terminase siendo una depresión global, con grandes pérdidas para los bancos británicos, la solvencia fiscal podría incluso ponerse en duda. ¿Puede tener esto sentido? Lo dudo.

Al final del pasado año, los activos totales del sistema bancario británico ascendían a 7,9 billones de libras (8,9 billones de euros) o 5,5 veces el producto interior bruto. Este conjunto de activos se incrementó en 956.000 millones de libras entre finales de 2007 y finales de 2008, y en 4,4 billones de libras, o un 130%, entre finales de 2001 y finales de 2008. Sólo Royal Bank of Scotland representaba el 45% de este último aumento. Al final del pasado año, contaba con más activos que ningún banco británico, el 166% del PIB. Estas posiciones en activos son enormes. Debería señalarse, sin embargo, que incluyen posiciones brutas de derivados (algo que no ocurre en EEUU). Las exposiciones netas de derivados fueron muy inferiores.

RBS era un pequeño banco escocés que quería ser grande. Lo logró. Sin embargo, en la actualidad, la capitalización de mercado de RBS es de sólo 9.000 millones de libras. Y alcanza esta suma sólo porque el Tesoro no ha eliminado a los accionistas privados. El banco está, de hecho, nacionalizado. Los contribuyentes soportan el coste de garantizar esta megalomanía. Debo confesar mi interés: mis ahorros están en RBS. Por lo tanto, estoy agradecido.

De forma implícita, el gobierno británico está garantizando las deudas de los hinchados bancos británicos. Explícitamente, parece probable que garantice al menos 600.000 millones de libras de activos tóxicos de RBS y Lloyds bajo su «esquema de protección de activos». No soy populista. Sin embargo, cuando pienso en las sumas que ganan los responsables de traspasar todo este embrollo a los contribuyentes británicos, incluso mi sangre hierve.

RBS ha recibido en definitiva un seguro de 325.000 millones de libras para activos tóxicos. El primer 6% de cualquier pérdida (19.500 millones de libras) recaerá sobre RBS, que asumirá el 10% de las pérdidas por encima de este límite. El precio total que RBS paga por esta garantía es de cerca del 4% de la suma asegurada. Parte de ello se paga mediante acciones de RBS, que, por decirlo suavemente, son papel mojado. Para conseguir que este gigante siga respirando, el Tesoro ha bombeado otros 25.500 millones de libras de capital adicional.

Mi colega, Willem Buiter, expone sin rodeos en su magnífico blog que: «al igual que sus contrapartidas estadounidense y holandesa, este esquema de seguros sobre activos tóxicos no ofrece ninguna compensación social: es ineficaz, injusto y caro». ¿Está siendo demasiado duro? No mucho.

Claramente, el mayor atractivo de semejante esquema, tanto para los políticos como para los beneficiarios, es que sus costes se eliminan de las cuentas públicas. ¿Qué alcance pueden tener estos costes? Entiendo que los cálculos internos del Fondo Monetario Internacional sugieren que el apoyo al sistema bancario británico supondrá un coste del 13% del PIB, o 200.000 millones de libras. Sospecho que estas estimaciones son demasiado optimistas. Desde luego, junto con el coste de la crisis económica, es muy probable que se produzca un incremento muy por encima de 50 puntos básicos en la proporción de la deuda del sector público con respecto al PIB. Ese es el precio de la obsesión financiera. Sería similar a los costes fiscales de una guerra.

¿Por qué no habría de recaer una mayor parte de las pérdidas sobre los acreedores, además de sobre los ahorradores protegidos? Esa es la pregunta que hacen muchos economistas. Es el enfoque recomendado por aquellos que proponen la solución de un «banco bueno».

Lo importante aquí es que las pérdidas contra las que el gobierno ofrece ahora una garantía tan generosa se refieren estrictamente a las antiguas. Si queremos que los bancos concedan nuevos créditos, tiene mucho más sentido garantizar éstos que rescatar a todos aquellos que financiaron los errores del pasado. Por lo tanto, sugieren los radicales, los activos tóxicos deberían haber permanecido en manos de los accionistas y acreedores no asegurados del antiguo banco, que también obtendrían derechos sobre un nuevo y limpio banco. El riesgo moral desaparecería y los contribuyentes saldrían relativamente indemnes.

Los argumentos contra esta idea son dos: primero, la posibilidad de un impago provocaría una oleada de pánico peor que la que siguió a la quiebra de Lehman Brothers el pasado mes de septiembre; y, segundo, por este motivo, ningún gobierno podría atreverse a hacerlo en solitario.

A diferencia del profesor Buiter, reconozco que estos argumentos podrían ser válidos en las actuales circunstancias. Desde luego, no siento ningún deseo de empeorar aún más la crisis. Pero, si es así, ofrecen implicaciones convincentes.

Una es que debemos crear mecanismos eficaces para la quiebra de instituciones financieras de gran tamaño. De hecho, esta es de lejos la lección más importante de la crisis. Otra es que si las instituciones importantes son demasiado grandes y están demasiado interconectadas como para permitir su quiebra, precisamente porque están destinadas a meterse en serios problemas juntas, entonces hablar de mantenerlas como operaciones «comerciales», tal y como hace el ministro de Finanzas, es una broma de mal gusto. Esos bancos no son operaciones comerciales; son caros tutelados del estado que deben ser tratados como tales.

El gobierno británico tiene que tomar una decisión. Si considera que los costosos rescates deben apilarse sobre otros más costosos, entonces el sistema bancario nunca más podrá volver a ser tratado como una actividad comercial: es un servicio público regulado –fin de la historia–. Si el gobierno quiere que sea una actividad comercial, entonces los impagos son necesarios, tal y como exponen ahora algunos. Escoge. Pero no pienses que puedes tener ambos. Reino Unido no puede permitírselo.

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