2009/02/06

Cómo el gobierno de EE.UU. impidió que Bank of America desistiera de comprar Merrill

Por Dan Fitzpatrick, Susanne Craig y Deborah Solomon

Kenneth Lewis ha experimentado en carne propia el nuevo equilibrio de poder entre Washington y Wall Street.

El presidente de Bank of America Corp. acordó comprar al gigante del corretaje Merrill Lynch & Co. en septiembre, posiblemente salvándola del colapso. A principios de diciembre, sin embargo, las pérdidas de Merrill se encontraban en una espiral fuera de control. Cálculos internos mostraban que Merrill había tenido una pérdida antes de impuestos de US$13.300 millones en los dos meses previos y diciembre se vislumbraba aun peor.

Lewis estaba hasta la coronilla. El miércoles 17 de diciembre, voló a Wa‐shington, listo para poner fin a la compra de Merrill, cuentan fuentes cercanas.

"Necesito que sepan la precariedad de la situación", le dijo Lewis al entonces secretario del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, Henry Paulson, y al presidente de la Reserva Federal (Fed), Ben Bernanke, según relatos de personas dentro del gobierno. Lewis afirmó que Bank of America tenía una razón legítima para cancelar el acuerdo.

Paulson y Bernanke le insistieron enérgicamente que no se marchara, elogiando la anterior cooperación del banco, pero advirtiendo que abandonar el acuerdo equivaldría a una sentencia de muerte para Merrill. Añadieron que la decisión también podría socavar la confianza en Bank of America, tanto en los mercados como dentro del gobierno. A pesar de la franqueza, los ejecutivos de Bank of America interpretaron los comentarios como una señal de que el gobierno estaba dispuesto a lograr un compromiso.

En una conferencia telefónica realizada dos días después, el gobierno subió el tono. Bernanke señaló que Bank of America no tenía justificación para anular el pacto con Merrill, según fuentes cercanas. Un funcionario de la Fed advirtió que si Lewis abandonaba el acuerdo y en el futuro necesitaba nuevos fondos del gobierno, Bank of America podía esperar que los reguladores evaluarían detenidamente su confianza en la gerencia. Le dijeron a Lewis que el gobierno podría considerar el despido de ejecutivos y directores, cuentan fuentes allegadas al banco.

Las amenazas no dejaron lugar a dudas. El gobierno de EE.UU. se consideraba firmemente a cargo de las instituciones financieras apuntaladas desde octubre con inyecciones de capital de los contribuyentes.

Durante las cuatro semanas posteriores a la conferencia telefónica con Lewis, el gobierno y Bank of America trabajaron en un acuerdo para salvar la adquisición de Merrill. El gobierno acordó proveer US$20.000 millones en ayuda adicional para el banco de Carolina del Norte y asegurar pérdidas sobre US$118.000 millones en activos en problemas.

El dinero no es gratis. Seis meses después del gran rescate del sector financiero de EE.UU., el intento de Washington ha ayudado a apuntalar el sistema. Pero esa medida de emergencia, planeada de forma improvisada, ha llevado al gobierno a un peligroso recorrido al corazón del capitalismo estadounidense.

Ahora, los burócratas están dando las órdenes detrás de los bastidores en algunas de las mayores empresas del país. Detractores del programa de rescate dicen que sus reglas son poco transparentes y su ejecución improvisada, lo que provoca una prolongada falta de confianza en el sistema financiero. Algunos legisladores están luchando por dirigir fondos hacia sus bancos predilectos.

Los funcionarios del gobierno han hecho pocos comentarios en público sobre la supervisión de las instituciones que recibieron capital del Programa de Alivio de Activos en Problemas. Inicialmente, el gobierno parecía reacio a usar las participaciones que obtuvo en los bancos como herramienta de negociación. Sin embargo, las duras negociaciones con Bank of America y las medidas impuestas para limitar la remuneración de los ejecutivos, entre otros temas, sugieren que la actitud del gobierno hacia la atribulada industria bancaria ha cambiado en medio del deterioro de los mercados financieros y la creciente irritación política.

La historia de los problemas de Merrill Lynch y las subsecuentes negociaciones de rescate, hilada a través de entrevistas con personas que participaron en el proceso, sugiere que la extensión del control estatal sobre el sistema bancario estadounidense evoluciona de manera improvisada. Pese a inyectar US$25.000 millones en Bank of America y Merrill en octubre, el gobierno no tenía idea de que la firma de valores estaba sufriendo una hemorragia de dinero hasta que fue demasiado tarde para evitar un segundo rescate.

Hacia fines de noviembre, transcurridos dos meses del cuarto trimestre, Merrill había acumulado pérdidas trimestrales antes de impuestos en torno a US$13.340 millones, según un documento interno revisado por The Wall Street Journal. Algunos ejecutivos de Bank of America expresaron preocupación. Se preguntaron si debían proceder con la adquisición y debatieron si las pérdidas de Merrill eran tan severas que el banco podría anular el acuerdo, citando el "efecto significativo adverso" en su contrato de fusión, dicen fuentes cercanas. Los contratos de fusión generalmente especifican ciertas condiciones "adversas" que le dan al comprador el derecho de abandonar el pacto. Por consejo de sus abogados, Bank of America decidió seguir adelante con la votación de los accionistas sobre el acuerdo, la que se efectuó el 5 de diciembre. Los accionistas tanto de Merrill como de Bank of America dieron su visto bueno. Los problemas de ‐Merrill no se mencionaron.

A mediados de diciembre, las pérdidas de Merrill bordeaban los US$21.000 millones antes de impuestos, cerca de US$15.000 millones en pérdidas netas, y algunos abogados de Bank of America sentían que había suficientes razones para invocar la cláusula legal para cancelar la fusión.

En la reunión del 17 de diciembre, Paulson y Bernanke le pidieron a Lewis que le diera tiempo al gobierno para estudiar sus opciones, según fuentes al tanto. Lewis aceptó.

Gente cercana al entonces presidente ejecutivo de Merrill Lynch, John Thain, señalan que el ejecutivo no estaba al tanto de las inquietudes de Bank of America. El 19 de diciembre, viajó a Vail, Colorado, con su familia, dicen fuentes cercanas.

Ese mismo día, unas 20 personas participaron en una conferencia telefónica entre la sede de Bank of America, en Charlotte, Carolina del Norte, y Washington. Entre los asistentes figuraban Lewis, otros ejecutivos de Bank of America, Paulson, Bernanke y otros funcionarios del Tesoro y la Fed. Bernanke le informó a Lewis que el personal de la Fed había llegado a la conclusión que no había manera de que el banco invocara la cláusula de cambio adverso significativo que le permitiría abandonar el acuerdo.

Los representantes del gobierno también le advirtieron a Lewis que la cancelación de la operación agobiaría a los mercados, provocaría una ola de demandas judiciales contra Bank of America y mancillaría el prestigio del banco durante años. Un alto funcionario de la Fed intensificó la presión, diciéndole a Lewis que cualquier pedido de ayuda gubernamental en el futuro haría que las autoridades consideraran una mayor injerencia en las operaciones del banco.

El tono del gobierno no era hostil, pero las implicaciones eran obvias, dicen fuentes de Bank of America. La Fed, como principal regulador del banco, puede cambiar ejecutivos si estima que se han comportado de manera irresponsable. Lewis respondió con calma que el gobierno debía hacer lo que tenía que hacer y que el banco haría lo mismo.

Al preguntarle qué necesitaba para seguir adelante con el acuerdo, Lewis respondió que Bank of America quería capital adicional y protección contra futuras pérdidas sobre los activos de Merrill, algo similar a la protección que había recibido J.P. Morgan Chase & Co. cuando acordó adquirir a Bear ‐Stearns Cos. en marzo. Paulson y Bernanke acordaron continuar el diálogo.

Durante los siguientes días, el gobierno examinó los libros de Bank of America y Merrill, debatiendo acerca de qué activos tóxicos garantizar y cómo valorarlos, cuentan personas cercanas. Era cada vez más evidente que el balance de Bank of America también estaba repleto de activos que enfrentaban posibles rebajas contables, dicen las fuentes.

El 16 de enero, Bank of America anunció el nuevo rescate. Al mismo tiempo, reveló una pérdida neta de US$15.310 millones de Merrill. Los accionistas quedaron anonadados. Bank of America reportó una pérdida trimestral neta de US$1.790 millones.

Consultado por un analista sobre su decisión de proseguir con la compra de Merrill, Lewis respondió: "Pensamos que estábamos haciendo lo correcto para el país".

Fuente: WSJ