2011/10/14

Los ideales que dieron inicio al euro y las realidades que enfrentan hoy

Por Paul Hannon

Cuando la zona euro se encamina a los tumbos a una posible desintegración, vale la pena recordar por qué alguna vez pareció una buena idea.

No hay dudas de que fue en gran medida un proyecto político, como lo había sido la Unión Europea desde su creación. Pero también tenía ambiciones prácticas. La UE había creado un mercado común de bienes en 1992, y el objetivo del euro era completar eso.

Se suponía que el mercado común debía impulsar la productividad y recortar costos al permitir que las empresas eligieran las mejores ubicaciones para sus necesidades, y accedieran a un mercado lo suficientemente grande como para darles eficiencias de escala.

Pero mientras existieran muchas monedas nacionales, las empresas enfrentaban una importante fuente de incertidumbre y costos que retrasarían el proceso de integración económica real. Las autoridades pensaron que al deshacerse de esas monedas y crear un enorme mercado, el crecimiento aumentaría a medida que la UE se pareciera más a EE.UU.

Y en un momento parecía que el experimento del euro tendría varios imitadores, reduciendo ampliamente la cantidad de monedas en circulación en todo el mundo. Las uniones monetarias se consideraron con cierto grado de seriedad en los estados del Golfo, África del Este, Sudamérica y el sudeste de Asia. Durante un breve período, parecían el camino a seguir. Considerando lo que sucedió en la zona euro, quizás deberíamos agradecer que ninguno de sus potenciales imitadores concretó esos planes.

En lugar de parecerse más a la zona euro, el resto del mundo se ha vuelto menos semejante a ella. La crisis financiera y la agitación económica que creó ha llevado a brotes periódicos de lo que el ministro de Finanzas brasileño Guido Mantega llamó "guerras de monedas", o intentos deliberados por parte de un país u otro por obtener una ventaja competitiva al debilitar su moneda.

Hay un riesgo de que en este nuevo período de agitación financiera intensificada se produzca una escalada de esas guerras de monedas, con un impacto severo en el crecimiento económico mundial, que ya enfrenta un abrumador conjunto de retos.

Al menos ese es el temor de Pascal Lamy, director de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y partidario de la globalización desde hace mucho. En un discurso pronunciado la semana pasada en Berlín, Lamy advirtió que podríamos estar al borde de "una espiral de reacciones de represalias en la que todos los países podrían perder".

Quizás con la sabiduría de la mirada retrospectiva, hasta ahora hemos evitado repetir el gran error de políticas de la década de 1930 de levantar barreras arancelarias más y más altas que asfixiarían al comercio y empobrecerían a muchos millones de personas. Pero quizás terminemos exactamente en el mismo lugar a través de una ruta distinta, y las devaluaciones de monedas jugarían el mismo papel que las barreras al comercio.

O quizás se alimenten mutuamente. El proyecto de ley sobre la moneda china, que sobrevivió a una votación en el Senado de EE.UU. la semana pasada, podría ser un anticipo de lo que está por venir.

Pero incluso si evitamos caer en el proteccionismo, los altos niveles de volatilidad monetaria no pueden ser buenos para el crecimiento. Dificultan los negocios, ya sean de exportación o importación. Se invierte mucho dinero y energía en proteger empresas de medidas monetarias adversas, y que podrían ser empleados en formas más útiles para mejorar sus productos.

Aunque elige sus palabras con mucho cuidado, Lamy parece creer que la situación en la que estamos ahora es bastante peligrosa. Para el tecnócrata francés, es "el mundo de Hobbes". En una cita del "Leviatán" del filósofo inglés, se trata de un estado de guerra "de cada hombre contra cada hombre", en el que la mayoría de las formas de la actividad económica son imposibles y la vida es "solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta".

Como evaluaciones de lo que a las autoridades internacionales les gusta llamar los "riesgos negativos", es bastante apocalíptico, y probablemente no exactamente lo que quiso decir Lamy. Pero está claro que considera que el estado actual de las relaciones monetarias internacionales está muy lejos de ser óptimo.

Lo que quiere Lamy es un sistema que hace casi lo mismo por las relaciones monetarias internacionales que lo logrado con las relaciones comerciales internacionales a través de la creación de la OMC, aunque la OMC siempre se mantuvo muy alejada de involucrarse en disputas sobre política monetaria.

¿Pero cuán probable es eso? Al mirar la corta y problemática historia de la zona euro, no muy probable. Es lo más cerca que hemos llegado al mundo que quiere ver Lamy, y parecería exigir de países independientes mucho más de lo que están dispuestos a ofrecer.

Es verdad que la zona euro va unos pasos más allá de lo que querría Lamy para el mundo; no está sugiriendo que todos usemos la misma moneda. Pero la experiencia del bloque sugiere que hay muchas consecuencias imprevistas e inimaginables de la eliminación de los movimientos monetarios; resulta que también es necesario tener un sistema mucho más integrado para administrar déficits presupuestarios y para supervisar y regular sistemas bancarios.

De hecho, hace falta una cooperación mucho más estrecha en todo el espectro de la política económica. Entonces, si cualquier sistema global previsible para limitar la volatilidad monetaria no estuviera a la altura de las ambiciones de la zona euro, de todos modos sería necesario avanzar por algún camino que no tomó la zona euro.

En particular, sería necesaria una cooperación mucho más estrecha para establecer políticas de tasas de interés. En opinión de Lamy, "las políticas monetarias no se pueden trazar para funcionar en el interés nacional a no ser que funcionen en el interés global".

Pero es difícil que eso suceda. La Reserva Federal de EE.UU. no va a adoptar una política que apunte principalmente a beneficiar la economía global. Eso no quiere decir que la Fed se esfuerce por dañar la economía global, pero su cuidado no es el trabajo de la Fed.

La gente que creó la zona euro creía que no podíamos prosperar mientras hubiera volatilidad monetaria. Pero tampoco parece seguro intentar eliminarla, si se tiene en cuenta el destino de la zona euro.

Fuente: WSJ