2010/05/27

La crisis de confianza en el Viejo Continente amenaza con minar el crecimiento en el resto del mundo

Por David Wessel

Hacer un balance económico desde Australia es como mirar a través del espejo de Alicia en el país de las maravillas.

Al contrario de lo que acontece en Estados Unidos y Europa, el desempleo en Australia es de apenas 5,4% y su banco central empezó a elevar las tasas de interés (actualmente en 4,5%) para enfriar la economía. Al igual que América Latina, el país tiene recursos naturales, como mineral de hierro y carbón, de los que China no se sacia. Sus bancos y agencias reguladoras temen que no haya suficientes bonos gubernamentales disponibles para los bancos, que necesitan cumplir con nuevas reglas de liquidez, y los déficits fiscales no han sido tan altos como para producir mucha deuda gubernamental.

Entonces, ¿por qué se les ve tan preocupadas a las autoridades australianas? Bueno, el dólar australiano ha caído 13% desde mediados de abril y la bolsa ha perdido 15%.

Al parecer, lo que pasa en Europa, no se queda en Europa.

Cuando el banco central australiano se reunió el 4 de mayo, sus miembros dedicaron "un tiempo considerable a evaluar los disturbios en los mercados financieros provocados por temores sobre deuda soberana en partes de Europa, con particular énfasis, pero no exclusivamente, en Grecia", revelan las minutas de la reunión que fueron publicadas hace poco. "Por lo menos, hasta ahora no ha habido un contagio significativo a los mercados de deuda fuera de Europa", concluyó el documento.

Desde entonces, la reacción a los problemas de Europa en lugares tan lejanos como Sydney, Beijing y Nueva York ha pasado desde contemplar con cierto placer los problemas ajenos a la angustia por una posible recaída de la economía mundial.

Parte de esto tiene una explicación simple: si las medidas de austeridad y los problemas de crédito desaceleran el crecimiento europeo, el continente le comprará menos al resto del mundo. Pero menos de 9% de las exportaciones australianas va a Europa. El continente compra un 20% de las exportaciones estadounidenses, pero éstas son una porción mucho más pequeña de la poderosa economía de EE.UU.

No obstante, ese tipo de raciocinio fue el que condujo a la mayoría de los analistas a pensar que el efecto de la debacle de las hipotecas de alto riesgo sobre la economía estadounidense sería ínfimo.

La crisis financiera global ha dejado lecciones para el futuro: los mercados financieros son muy eficientes a la hora de propagar la ansiedad de un continente a otro. El ánimo del mercado puede pasar de un optimismo prudente al pánico rápidamente. Cuando los bancos y los grandes inversionistas institucionales se vuelven cautelosos al mismo tiempo, al resto nos cuesta obtener crédito y la economía tiembla. El peor de los escenarios es más gris y probable de lo que la mayoría imaginamos.

Las últimas semanas en Europa no han hecho mucho para inspirar confianza. Ver a los líderes europeos responder a dudas sobre la capacidad de sus gobiernos para pagar las cuentas, la salud de sus bancos y la viabilidad del euro, ha sido como escuchar a un grupo de bomberos sostener una conferencia de prensa antes de salir a apagar incendios. Las dudas sobre el estado de los principales bancos de Europa siguen vigentes y Europa no ha hallado la manera de apuntalar la confianza en ellos ni de impulsar su capital de la forma como lo hizo EE.UU. con las pruebas de resistencia de 2009.

En cierta forma, la reacción global beneficia a EE.UU. Los inversionistas se alejan de otros lugares, como Australia y Europa, y buscan la seguridad de EE.UU., lo que reduce el rendimiento de la deuda del país. Eso abarata el financiamiento del déficit del gobierno.

Sin embargo, esos efectos podrían quedar en nada frente a uno mayor: la renuencia de los inversionistas y acreedores a tomar riesgos.

Todos los parámetros que miden la ansiedad financiera están al alza. Por ejemplo, los bancos están cobrando más para prestarse entre sí. Compañías estadounidenses de riesgo tienen que pagar más para vender bonos basura. La ansiedad no ha regresado a los niveles de finales de 2008, pero es peor que hace seis semanas y nadie está seguro si se trata de un fenómeno pasajero o algo más serio.

La confianza es una materia prima importante y frágil que, gracias al optimismo respecto a los grandes bancos de EE.UU., y el extraordinario vigor de China y otras economías emergentes, había empezado a fortalecerse. Europa la ha socavado y provocado una sensación de que la historia se repite. Si esa sensación no se revierte, el crecimiento económico de todo el mundo se verá perjudicado.

Fuente: WSJ