2009/09/25

Geithner y el dilema de la supervisión

por Lex Financial Times

El riesgo moral ha vuelto. El año pasado, tras la desaparición de Bear Sterns, era de rigor debatir si el apoyo oficial a los bancos debilitaría la disciplina de mercado. Pero tras la quiebra de Lehman Brothers, preocuparse por esos principios resultaba un tanto autoindulgente cuando el sistema financiero se tambaleaba al borde del precipicio.

El miércoles, Tim Geithner, el secretario del Tesoro estadounidense, retomó con acierto el problema, señalando que la respuesta de Washington a la crisis había afianzado las expectativas de ayuda.

Su solución incluía estándares de capital más severos para las entidades grandes e interconectadas (denominadas tier-1), y nuevas herramientas para desmembrar a los bancos en quiebra. Se esforzó en advertir de que no habría “ninguna garantía” de apoyo del gobierno en el futuro. ¿Quién le cree? Desde luego no los inversores que se han abalanzado recientemente sobre las acciones bancarias.

Para evitar realmente el riesgo moral, Geithner tenía que haber declarado que los fondos públicos no se usarían para suavizar el daño a los acreedores como parte de un proceso de resolución, o al menos para los tenedores de deuda subordinada. Eso agudizaría las mentes de los inversores. También ayudarían otras ideas, como los valores que se convierten en capital cuando los ratios de capital caen por debajo de un punto predeterminado.

Geithner no quiso revelar qué bancos tier-1 se consideran una amenaza potencial para el sistema. Tampoco habrá una “lista fija”, lo que evita la creación de una supuesta red de seguridad. Es cierto, el riesgo varía con el tiempo, por lo que siempre es posible pasar por alto un caso perdido. ¿Pero cómo puede el gobierno cumplir con su promesa de ejercer una supervisión más estricta sin fijar límites para identificar a los bancos tier-1?

Si se pretende que la supervisión sea lo suficientemente punitiva como para que ninguna empresa opte por “ser grande y estar interconectada”, el gobierno aún tiene que hacer creer a los inversores que serán ellos los que pagarán los platos rotos de los riesgos que surjan en todo el mundo. El problema de “ser demasiado grande para permitir su caída” sigue ocupando un puesto prominente.

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