La bolsa ha hecho un viaje de ida y vuelta al infierno, literalmente: el 6 de marzo, el S&P 500 alcanzó un mínimo de 666 puntos. Desde entonces, la Reserva Federal del EEUU, el Banco de Inglaterra y el banco central suizo han abierto el grifo.
Los mercados de renta variable han subido, al igual que los bonos gubernamentales. El comportamiento de las divisas ha sido peor. El dólar se ha desplomado, también el franco, y la libra esterlina sigue bajo mínimos. Muchos temen que la impresión de tanto dinero altere el ordenado sistema monetario. Todo esto ha encontrado su contrapartida habitual: un repunte del oro.
Sin embargo, si el “final del dinero” se aproxima de verdad, resulta extraño que el aumento del precio del oro no halla sido mayor. En 953 dólares la onza, su valor sigue siendo la mitad del nivel que alcanzó, en términos reales, con su máximo de 1980.
Visto de otro modo, el valor de las reservas globales de oro, unos 900.000 millones de dólares (662.910 millones de euros), supone una cuarta parte de todo el dinero en circulación. Si hay algún valor que parezca vulnerable a un importante recorte especulativo, ese es el oro.
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