Los reguladores japoneses enviaron hace poco un comunicado a Aozora Bank en el que advertían a la entidad, controlada por la firma de capital riesgo Cerberus, de que necesita mejorar su plan de negocio y diseñar un proyecto que garantice su rentabilidad. Al mismo tiempo, informaron a la entidad crediticia de que no ha alcanzado su cuota de préstamos a las pymes del país.
La semana pasada, Deutsche Bank comenzaba su presentación de resultados aportando datos con la intención de demostrar que se toma en serio sus obligaciones sociales al aumentar los préstamos a las mittelstand (pymes) en 3.000 millones de dólares (2.115 millones de euros) y duplicar los créditos hipotecarios a los consumidores germanos. Pocos días después, HSBC informaba con orgullo durante su habitual videoconferencia desde EEUU, sobre el número de préstamos que había revisado.
Por su parte, un operador de Citigroup que consiguió enormes beneficios para el banco se ha visto envuelto en una dura negociación sobre la cuantía de sus primas, al provenir éstas, al menos de forma parcial e indirecta, del Gobierno. En resumen, los bancos son presa en estos momentos de una serie de imperativos contradictorios. Se supone que las entidades que pertenecen a un sistema capitalista dejarán su capital en buenas manos y obtendrán rentabilidad de estas operaciones.
Ésta es la única forma en la que podrán seguir aportando el combustible financiero que alimenta el motor económico. Pero, ¿hasta qué punto se supone que tienen que ser rentables los bancos y cuál es el mejor modo de distribuir sus beneficios? ¿Deberían los bancos, sobre todo los que han aceptado las ayudas del gobierno, dejar de ser rentables en estos momentos, convirtiéndose en entidades de carácter filantrópico? De ser así, ¿Cómo van a conseguir el dinero para pagar la deuda que tienen contraída con gobierno y contribuyentes?
Los bancos se enfrentan en este momento a un profundo replanteamiento de su modelo de negocio. Algunos, como Goldman Sachs, parecen haber decidido no introducir muchos cambios, una alternativa que, por su solidez, se pueden permitir. Otros, como es el caso de Citi, no parecen tener idea de qué rumbo tomar. Un posible punto de referencia sobre hacia dónde debe evolucionar el nuevo entorno bancario pudiera, y debería ser, Credit Suisse.
El año pasado, la entidad suiza presentó un innovador plan de bonus, mencionando la “necesidad de proporcionar antes que muchos de nuestros competidores una solución meditada en materia compensatoria”.
En lugar de pagar cuantiosos bonus en efectivo o en opciones sobre acciones (que pueden resultar una forma desproporcionada de recompensar el riesgo), Credit Suisse lanzó un programa mediante el cual los ejecutivos reciben bonus que están vinculados a la evolución de los activos ilíquidos derivados de sus propios acuerdos de inversión, intentando así equilibrar los habituales conflictos de interés entre el personal y los accionistas.
Al mismo tiempo, Credit Suisse está adoptando un modelo más centrado en el cliente y de más solidez. Ahora mismo, su ratio de capital Tier 1 está en el 15,5%. Además, el banco de inversión se ha deshecho de los activos hipotecarios tóxicos que tan perjudiciales resultaron. La entidad ha conseguido estos resultados con Paul Calello como consejero delegado.
Además, los activos arriesgados han pasado de 214.000 millones de dólares a finales del año pasado a los 139.000 millones de dólares a finales del segundo trimestre, todo ello sin sacrificar la rentabilidad. Las circunstancias en las que se producen estos cambios también son distintas. No hace mucho, se temía una reacción negativa de la autoridad reguladora.
Ahora parece poco probable, lo que significa que no hay ninguna fuerza externa que pueda salvar a los bancos. Tendrán que hacerlo ellos mismos, aunque muchos de ellos no han hecho muchos progresos hasta ahora.
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