Las diversas formas de política monetaria, desde los intereses a corto plazo próximos a cero y las inyecciones de liquidez masivas, a la expansión monetaria cuantitativa (quantitative easing) y similares no han tenido el efecto deseado sobre la crisis. Pese a que la economía no se hunde ya al ritmo de principios de año, aún está atrapada en una mala recesión.
La razón principal de esta longevidad es el estado del sector bancario. El Banco Central Europeo ha inyectado recientemente 442.000 millones de euros de liquidez a un año en el sistema, pero el dinero no está llegando a la economía real. Un estancamiento similar al sufrido por Japón ha dejado de ser una posibilidad –ya es una realidad–. La única pregunta es, ¿durante cuánto tiempo?. Incluso en un escenario optimista, el crecimiento económico global sufrirá el lastre de una combinación de restricciones de crédito, subida del desempleo, aumento del número de quiebras, crecimiento de los índices de impagos, y ajustes de los balances en los hogares y el sector financiero.
Esperaría que EEUU llegue a algo que se asemeje a una genuina recuperación en algún momento de la próxima década, pero probablemente no será en 2010 o 2011. A juzgar por el fallo de coordinación en la Unión Europea, el persistente fracaso a la hora de ocuparse de los aproximadamente 40 bancos transfronterizos a nivel europeo y, en especial, la incapacidad de Alemania para poner en orden sus Landesbanken contaminados por activos tóxicos, las perspectivas económicas para la eurozona son infinitamente peores.
Teniendo en cuenta las declaraciones de los banqueros centrales de EEUU y Europa, estoy seguro de que comprenden muy bien la gravedad de la situación. Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal de San Francisco, advirtió la semana pasada de que la recuperación sería terriblemente lenta, que el paro podría mantenerse en niveles altos durante muchos años, y los tipos de interés en valores bajos durante mucho tiempo.
También interpretaría la declaración decididamente pesimista de Jean-Claude Trichet, el presidente del BCE, como un indicio de que la preocupación del organismo está aumentando –cuando en otros crece el optimismo–. En Europa, hay algunas evidencias de que la crisis crediticia se ha agravado en las últimas semanas. Gran parte de ellas son anecdóticas, pero estas anécdotas resultan inquietantes.
Cada vez son más las empresas que presentan una solicitud de declaración de quiebra que culpan de ello a los bancos, y el número de colapsos aumenta con rapidez. Sólo un tonto se consolaría con la fortaleza de los indicadores económicos. Durante una crisis financiera, estos indicadores podrían servir para medir hasta qué punto los encuestados se hacen falsas ilusiones.
El problema es que los billones de dólares y de euros de liquidez no llegan a su destino. Criticar a los bancos no sirve de nada. Trichet hizo un llamamiento a los bancos para que actuasen con responsabilidad. Durante el fin de semana, los políticos alemanes también han lanzado amenazas desesperadas y poco convincentes contra ellos a menos que aumenten los créditos. No sólo es una pérdida de tiempo, sino que las entidades, de hecho, están actuando con responsabilidad cuando niegan el crédito a clientes que juzgan insolventes.
Dejando que se valgan por sí mismos, los bancos se mueven en ciclos. Este es uno de los motivos por los que restaurar la salud del sector bancario por cualquier medio posible es una condición previa para la recuperación económica. Las inyecciones de liquidez de un banco central, por muy grandes que sean, no pueden devolver la salud al sector bancario en un espacio de tiempo lo suficientemente breve si el problema subyacente es la falta de solvencia. Al igual que tampoco pueden hacerlo los trucos contables que permiten a los bancos congelar sus activos incobrables en bancos malos sin ningún mecanismo de resolución, como la ley aprobada la semana pasada en Alemania. Y, como las economías europeas dependen mucho más del sector bancario que sus contrapartidas anglosajonas, la necesidad de ponerlo en orden es mucho más urgente para ellas.
La interacción entre el sector financiero y la economía real tiene un componente tanto a corto como a largo plazo (o estructural). El informe trimestral más reciente de la Comisión Europea sobre la eurozona expone sin rodeos que la crisis provocará un descenso permanente del rendimiento económico, a menos que los estados miembros de la UE comiencen a buscar tipos muy distintos de políticas económicas. Con varios países obsesionados en la actualidad con estrategias para salir prematuramente de la crisis, que podrían empezar a dar resultados como muy pronto en 2010, la posibilidad de que se produzca un círculo vicioso de debilitamiento del crecimiento económico, caída de los ingresos fiscales, recortes del déficit y nuevos descensos de la producción, es alta. Si la situación se prolonga aunque sólo sea durante cinco años, provocará una crisis estructural en algunas de las economías del continente europeo que dependen de las exportaciones.
Los europeos tienen mucho más trabajo por delante y operan en un clima político más complicado. El marco de la política económica de la unión monetaria salió adelante a duras penas durante un ciclo económico normal, en el que se desplazó su esquema más importante de coordinación política, el pacto de estabilidad y crecimiento. El marco político ha demostrado no servir durante esta crisis, ya que líderes como Angela Merkel y Nicolas Sarkozy han recurrido a sus instintos nacionalistas. Haría falta una crisis aún más grande para que acuerden una estrategia conjunta sobre el sistema bancario.
Hay posibilidades de que llegue a producirse.
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