Qué quince días tan memorables para Brasil. La victoria de Río de Janeiro sobre tres metrópolis del mundo desarrollado para albergar los Juegos Olímpicos del 2016 elevó la autoestima de un país deseoso de respeto en la escena mundial.
Esto vino acompañado de otros dos eventos que, pese a provocar menos sambas, seguían siendo importantes: la consecución de la valoración de grado de inversión por parte de Moody's, la única de las tres grandes agencias de ráting que aún no se lo había otorgado, y el acuerdo de Brasil para conceder al Fondo Monetario Internacional un crédito de 10.000 millones de dólares (6.836 millones de euros) –después de años de recibir fondos–.
El acuerdo con el FMI forma parte de los 80.000 millones de dólares que se espera que los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) entreguen al organismo. Estas naciones, propietarias de reservas por un valor colectivo de 2,8 billones de dólares, buscan una mayor influencia en la institución. Con un poder de voto inferior al 10% –por debajo del 33% que maneja el bloque de los países que conforman la UE– se sienten poco representados. Las reformas aprobadas para aumentar los derechos de voto de las naciones en vías de desarrollo en cinco puntos porcentuales no bastan para que desaparezca la percepción de que el FMI es una institución fundamentalmente noratlántica.
Los críticos con los grandes cambios en el statu quo podrían exponer que las ampliar reservas reflejan en parte los beneficios fugaces, derivados de las materias primas, de países como Brasil y Rusia, que en los últimos 11 años han sido algunas de las naciones que más fondos han solicitado al organismo. Aunque su riqueza ha aumentado, los sistemas financieros de los BRIC aún son más primitivos que, por poner un ejemplo, el de Bélgica.
Pero la crisis bancaria de los dos últimos años ha echado por tierra este argumento. Por primera vez, las naciones en vías de desarrollo han paliado una crisis originada en los países desarrollados. Los BRIC son una fuente obvia de fondos para sostener la recuperación global, así que, ¿por qué no reclamar más peso? Como las instituciones occidentales se han encargado de recordarles durante las distintas crisis periódicas a lo largo de los años, el dinero manda.
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