Por David Wessel
Hace ocho meses, durante el momento más álgido del Gran Pánico de 2008, el entonces secretario estadounidense del Tesoro, Henry Paulson, convenció al Congreso para que otorgara US$700.000 millones para financiar lo que calificó como la tarea crítica de comprar créditos hipotecarios y valores de baja calificación, los llamados "activos tóxicos", en poder de los bancos del país.
Hace cuatro meses, el actual secretario del Tesoro, Timothy Geithner, propuso una alianza entre entidades privadas y el gobierno para comprar hasta US$1 billón (millón de millones) de lo que delicadamente llamó "activos de legado" de los bancos para sanear sus balances y conseguir que vuelvan a prestar. El gobierno todavía no ha comprado ninguno de estos activos. En su lugar, invirtió unos US$200.000 millones en acciones de los bancos y esta semana permitió que 10 de las mayores entidades financieras de Estados Unidos devolvieran US$68.300 millones facilitados por los contribuyentes. La clave: los grandes bancos han recaudado unos US$65.000 millones en los mercados de capital en las últimas semanas, un logro que parecía inconcebible hace apenas unos meses.
Entonces, ¿sigue siendo necesario que el gobierno retire los activos tóxicos de los los libros de los bancos para conseguir que el crédito vuelva a fluir a la economía? ¿Reforzar el capital bancario puede sustituir la eliminación de los préstamos y valores incobrables?
Estamos a punto de descubrirlo. Hasta este episodio histórico, la fórmula internacionalmente aceptada para corregir una crisis bancaria tenía tres elementos: eliminar los activos tóxicos de los balances, garantizar la deuda y depósitos temporalmente y recapitalizar los bancos. La idea era que eliminar los activos tóxicos normalmente era un paso necesario antes de que un banco pudiera captar capital o atraer a un comprador.
Los bancos necesitan capital para absorber las pérdidas que se producen cuando los deudores no pagan sus préstamos. Si el capital de un banco es lo suficientemente robusto, puede absorber todas las pérdidas y permanecer solvente.
Las pruebas de resistencia llevadas a cabo por los reguladores tenían como objetivo determinar cuánto capital los grandes bancos necesitarían para sobrevivir en una economía muy deteriorada, aunque no el peor de los escenarios. Si los bancos recaudan suficiente capital, entonces no existe la necesidad de que el gobierno compre los activos tóxicos y el cuento tiene un final feliz.
Tal vez. Pero eliminar activos tóxicos también consigue otras dos cosas. Primero, elimina cualquier duda sobre pérdidas no reportadas. Mientras los activos tóxicos sigan en los balances, existe incertidumbre sobre si han sido lo suficientemente rebajados como para reflejar la realidad. Si no están, eso pierde importancia.
Segundo, elimina una gran distracción para la gerencia, algo que podría ser un requisito previo para centrarse en realizar nuevos préstamos, el objetivo final de todos estos esfuerzos. Michael Bleier, que pasó 14 años como abogado principal de Mellon Bank, dice que esta cuestión es de suma importancia. En 1988, Mellon creó un "banco tóxico" para tener y vender US$1.400 millones de préstamos incobrables a la industria energética y de bienes raíces que valían en esos momentos 47 centavos sobre el dólar. "Una de las principales razones por las que lo hicimos era que el tiempo y atención de la gerencia estaban siendo acaparados por cuestiones como qué hacer con estos activos", dijo Bleier. "No desprenderse de estos activos hace que la atención de la gerencia se desvíe hasta cierto punto".
El banco tóxico fue un éxito. Vendió los activos y cerró sus puertas en 1995. Y el banco saludable, Mellon, fue lo suficientemente fortalecido para realizar compras a fines de 1989. Más tarde fue adquirido por Bank of New York.
El Programa Público-Privado de Geithner para comprar préstamos tóxicos no está dando resultado, pero en algún momento podría materializarse. Si los mercados y los bancos consideran que ya no es necesario porque el sistema financiero se aleja del abismo y los bancos han recaudado más capital del esperado, eso es positivo.
Sin embargo, no es la única explicación posible. Los banqueros siempre se rehusarán a vender si tienen que rebajar el valor de sus préstamos; preferirían esperar a que las cosas mejoren. Pero el Tesoro le extendió una buena oferta a los inversionistas y encontró pocos interesados, debido a la ansiedad sobre si participar en el programa sometería a los inversionistas al escrutinio del Congreso y a límites en los salarios a los ejecutivos. Si la falta de apetito por esta oferta refleja la preocupación de Wall Street sobre el riesgo político de hacer negocios con el gobierno de EE.UU., eso es menos positivo.
En una audiencia en el Senado esta semana, Geithner manifestó que la falta de interés en los activos tóxicos refleja elementos de ambas explicaciones. Y no está dispuesto a abandonar el esfuerzo. Si la economía se deteriora o las actitudes hacia los bancos cambian, particularmente hacia los bancos no considerados lo suficientemente fuertes como para devolver los fondos del gobierno, un mecanismo para eliminar activos tóxicos aún podría ser esencial para lograr el final feliz.
Fuente: WSJ