MÉXICO, diciembre 10, 2009.- Al final el presidente Felipe Calderón hizo los cambios en Banxico y en la Secretaría de Hacienda que se especulaban en el mercado: el secretario de Hacienda Agustín Carstens se fue a Banxico, y el titular de la Sedesol, Ernesto Cordero a la Secretaría de Hacienda.
De este modo, y en el sentir de muchos analistas, Calderón ha matado varios pájaros de un tiro: en primer lugar, el presidente puede haber logrado un mayor control sobre la gestión fiscal y monetaria del país. Segundo, hay quienes ven en este enroque el espaldarazo definitivo de Calderón a Ernesto Cordero como su delfín presidencial para el 2012, pues pasado lo peor de la recesión se le atribuirán los méritos estadísticos de la recuperación. Y tercero, se premia a Agustín Carstens con un puesto que anhelaba, y que le da una mayor tranquilidad tras el desgaste sufrido con las negociaciones del paquete fiscal de 2010.
Sin embargo, ¿fue una buena recompensa para Carstens irse a Banxico? ¿De verdad se ganó una buena chamba?
Desde luego que de su anterior puesto como Secretario de Hacienda Cartens no salió muy bien parado: calibró mal el tamaño y la profundidad de la crisis, y reaccionó tarde y mal. Se va con la economía mexicana sufriendo una recesión peor que en el fatídico 1995, tras la devaluación del peso al inicio de la gestión de Zedillo.
El desempeño económico de México ha sido mucho peor que el de sus pares latinoamericanos y, de hecho, la contracción de su PIB será de los más agudo entre todas las economías del planeta en este 2009, sólo superado por algunas ex-repúblicas soviéticas.
Pero al brillante Agustín Carstens le dan otra oportunidad. Se puede decir que tuvo mala suerte, y que le tocó lidiar con la peor recesión desde la Gran Depresión. Ahora, desde la autonomía y serenidad que da la poltrona de Banxico, podrá demostrar lo buen economista que sin duda es.
Pero cuando aceptó su nueva chamba, a lo mejor Carstens no sopesó que si le tocó bailar con la más fea recesión en la Secretaría de Hacienda, ahora le va a tocar lo más ingrato de la gestión monetaria como gobernador del Banxico.
Quizás el trabajo más sencillo durante esta crisis ha sido la de los banqueros centrales. Lo único que tenían que hacer era darle a la maquinita de hacer dinero para que los mercados no se secaran y así abortar un colapso del sistema financiero. Imprimir dinero a mansalva, atiborrar a los bancos de dinero fresco, abaratar su costo hasta casi regalarlo, era la consigna. Y no hay nada que los mercados reciban con más agrado que sentir que el dinero vale poco para así agrandar sus rendimientos al invertirlo en activos con rentabilidades jugosas.
Porque los banqueros centrales regalaron dinero a destajo se logró restablecer la confianza, lo que alentó a los inversionistas a volver a comprar activos muy deprimidos por la crisis y a fabricar este rally que ya dura más de nueves meses, desde principios de marzo.
Sin embargo, en algún momento tendrán que retirar todo ese dinero que los bancos centrales han imprimido o se corre el riesgo de que se conforme una nueva burbuja en los mercados de activos (si es que ya no lo estamos) o se deterioren las expectativas de inflación de largo plazo, con las implicaciones negativas que acarrearía para el crecimiento económico potencial futuro.
Por tanto, con la tasa de los fondos federales ya en 0%, con los del Banco Central Europeo en 1%, con las del Banco de Inglaterra en 0.5%, a Bernanke, Trichet, King y compañía le quedan pocas más opciones de aquí en adelante que empezar a subir tasas cuando así lo crean oportuno.
Y conforme los bancos centrales de los países desarrollados suban las tasas de interés, sus colegas de los países emergentes no tendrán de otra que acoplarse al ritmo de restricción monetaria de las grandes economías si no quieren que el menor diferencial de tasas castigue a sus monedas.
Es decir, Banxico tendrá que capear, ni más ni memos, que con la "estrategia de salida" de política monetaria que tendrán que desarrollar todos los banqueros centrales del mundo tras la inyección monetaria más colosal de la historia económica.
Conforme se drene liquidez de los mercados financieros, las economías emergentes tendrán que competir con los menores recursos disponibles para atraer capitales suficientes que garanticen la estabilidad de sus divisas y de sus sistemas financieros, por lo que tendrán que subir tasas a un ritmo más rápido del que lo hacen las economías desarrolladas.
De ser así, a Carstens se le puede venir encima la peor chamba posible, la de encarecer el precio del dinero, la de iniciar un áspero y truculento ciclo de restricción monetaria que no sólo incomodará a los inversionistas, sino que puede entorpecer la anhelada recuperación económica. Y si como secretario de Hacienda se le atribuye en buena medida la gravedad de la crisis económica en México, ahora, como gobernador de Banxico, se le puede acusar de obstaculizar la recuperación.
Lo peor del asunto es que encima existen suspicacias de que desde la presidencia se le puede someter a presión en la conducción de la política monetaria (o al menos su compromiso con el presidente es más alto que el que existía con Ortiz).
Imaginemos que las subidas de tasas de los grandes bancos centrales presionan a la baja al peso. Los manuales de economía, los que ha leído Carstens, dictan que Banxico, para garantizar la estabilidad del peso y detener su depreciación, debería elevar las tasas de interés para ofrecer un mayor premio sobre su divisa y seducir a los inversionistas para que, cuando menos, mantenga sus posiciones en pesos.
Pero si elevar las tasas mina la recuperación, ¿qué le dirá Calderón a Carstens, que después de una primera mitad de mandato nefasto, querrá terminar su sexenio con la cabeza alta y presumiendo de una recuperación firme y sana de la economía?. ¿Podrá Carstens domeñar las posibles presiones futuras sobre el peso sin descarrilar la recuperación en México?.
Y si no lo logra, ¿se decantará por defender al peso a riesgo de debilitar la recuperación, o dará su brazo a torcer frente a Calderón y tolerará la caída de la divisa con tal de que la economía crezca y se generen empleos al final del sexenio?
Como ayer concluyó Calderón su discurso de los nuevos nombramientos sólo me queda desear a Carstens, con mi mayor ardor, el más grande de los éxitos en su nueva chamba, que será ardua y complicada.
(El Semanario Agencia, ESA)
José Miguel Moreno