2009/03/09

Las reformas, la única salida a una recesión en forma de L

por Wolfgang Münchau. Financial Times

EEUU está retrasando las soluciones que deberían aplicarse al sector financiero. La UE está haciendo lo mismo, incapaz de adoptar políticas que le protejan de un ataque especulativo, que parece cada vez más probable. A juzgar por el estado de los preparativos, la próxima cumbre del G20 va camino de convertirse en un fracaso.

Todo apunta a que la recesión no va a ser en forma de V, ni de U, sino que va a tener forma de L, la más parecida a una depresión, que comienza con una fuerte caída, seguida por años con un bajo índice de crecimiento. En una recesión en forma de V, la recuperación es prácticamente inmediata. Si tuviera forma de U, tendría más difícil solución.

En mi opinión, en este momento nos encontramos en mitad de la barra vertical de la L; la parte horizontal es la que más temores provoca. La historia nunca se repite con exactitud, pero, en el caso de la historia económica, las crisis financieras son sorprendentemente parecidas. El caso de Japón parece estar extendiéndose a todo el mundo. Sin una reestructuración financiera, es imposible asistir a una recuperación de la economía. Y Japón tuvo suerte, teniendo en cuenta que, en plena crisis, la economía mundial se encontraba en un estado envidiable. La mejor forma de luchar contra un desastre de esas características es reestructurar el sistema financiero y fomentar un estímulo económico a corto plazo a través de políticas monetarias y fiscales.

En una conferencia de Aspen Italia celebrada hace poco en Roma, el ex asesor económico de Ronald Reagan, presidente de la Oficina Nacional de Investigación Económica, Martin Feldstein, calculó que el gasto de los consumidores de EEUU disminuiría en 500.000 millones de dólares anuales (395.000 millones de euros) y que el gasto del sector construcción se reduciría en 250.000 millones de dólares anuales. Si sumamos las dos cifras, no hay duda de que el actual paquete de estímulos es de una insuficiencia lamentable. En otras palabras, estaríamos ante la temida recesión en forma de L, lo que dificultaría también el ajuste de los balances.

El desempleo seguirá su tendencia al alza y los precios de la vivienda continuarán cayendo. Los consumidores y los bancos de EEUU pasarán, como mínimo, los próximos cinco años en proceso de desapalancamiento para poder recuperar el estado de sus balances. Durante ese periodo, los déficit por cuenta corriente de EEUU, Reino Unido, España y varios países de Europa Central y del Este caerán en picado. Si este proceso ya es prolongado en condiciones normales, en situaciones como ésta, se alarga todavía más.

Los efectos también son devastadores en el resto del mundo. La caída de los déficit por cuenta corriente se verá en parte compensada por los menores excedentes de los exportadores de gas y de petróleo como los países de Oriente Medio y Rusia. Pero son los mayores exportadores del mundo los que deberían hacerse cargo de la mayor parte de los ajustes. Alemania, China y Japón. A nivel global, los déficit por cuenta corriente y los excedentes suman cero, salvo errores estadísticos. Es cuestión de cálculos. Si EEUU deja de comprar coches alemanes, Alemania al final se verá obligada a detener su fabricación.

Si la recesión fuera en forma de U, ésta sería más grave en Alemania y Japón, por poner un ejemplo. No obstante, en esta coyuntura, ambos países serían los primeros en percibir los beneficios de la recuperación.

A pesar de que los dos países pensaban que habían hecho “los deberes”, está claro que una recesión en forma de L es la antesala de la depresión. Si nadie puede permitirse soportar un excesivo déficit durante mucho tiempo, que es lo que conlleva una recesión en L, los modelos económicos de Alemania y Japón dejarán de funcionar. El año pasado, Alemania registró un excedente por cuenta corriente superior al 7%. Hablamos del primer exportador del mundo. Las exportaciones constituyen el 41% de su PIB, cifra extraordinaria, teniendo en cuenta el tamaño del país.

Por tanto ¿qué deberían hacer estos países? La respuesta política adecuada consistiría en reducir la dependencia de las exportaciones e introducir reformas estructurales. No se trata de las reformas estructurales del pasado que aplicaban recortes de costes y mejoraban la competitividad. Hablamos de flexibilidad y movilidad.

Por desgracia, está ocurriendo justo lo contrario. Alemania parece tener adicción a su modelo de exportación. Un ejemplo es el futuro de Opel, la filial europea de General Motors. Sin la ayuda del Gobierno, es difícil que el fabricante de coches sobreviva. Los defensores de un rescate estatal de Opel recuerdan la sistemática trascendencia de la compañía, argumento, sin duda, equivocado. Es probable que éste sea el caso de los bancos, pero no de los fabricantes de coches.

No obstante, de la respuesta a este caso se deduce que Opel es sistemáticamente relevante para el modelo del país orientado a las exportaciones. Los partidarios del rescate se aferran a una estructura industrial con pocas expectativas de sobrevivir en un mundo en forma de L. Al igual que su partido, la canciller Angela Merkel parece reticente a un rescate estatal. No obstante, tratándose de un año electoral, la medida acabará aplicándose de una u otra forma.

Desde el punto de vista económico, esto es nefasto. No sólo supone una perdida del dinero de los contribuyentes. Junto a los subsidios al sector del automóvil francés, la decisión provocará un exceso de capacidad del sector, lo que ralentizará los ajustes económicos. Estamos lejos de encontrar una solución a la crisis. Después de haber cometido errores de omisión, los líderes mundiales incurren ahora en errores de gestión. Los estadounidenses sueñan con volver a un mundo de crédito al consumo, mientras los alemanes sueñan con sus líneas de producción. En una recesión en forma de L, estos sueños se pueden considerar pesadillas.

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